domingo, 23 de noviembre de 2008

Sobreviviendo al domingo

Llevo varios días con ganas de escribir... Mis dedos se movían inquietos, mi corazón se aceleraba al observar el teclado o mi cuaderno especial... Sin embargo, me he reprimido bastante. ¿Por qué? Mi idea era escribir una entrada ficticia y no ponerme a disertar sobre lo primero que me pasara por la cabeza sin orden ni concierto, pero finalmente, no he podido evitarlo y aquí estoy, escribiendo un poco al tuntún.
Además, hoy es domingo. Los domingos no son particularmente mis mejores días. Desde siempre he pensado que los domingos están cargados de melancolía, son tan tristes y largas esas tardes... Auguran un comienzo, sí, pero un comienzo que te introducirá de nuevo en la rutina tan aburrida y previsible de siempre; y que te arranca sin contemplaciones de tu propio espacio de distracción que cuidadosamente has construido durante el fin de semana. Tampoco es que anhele con especial intensidad que llegue el fin de semana pero aún así, incluso aunque el fin de semana no haya alcanzado las expectativas previstas, los domingos son tan tristes...
Y más este domingo. Este domingo tiene un ambiente más lúgubre de lo habitual. Las últimas semanas se han convertido en un descenso vertiginoso y con tanta velocidad no puedo menos que despeinarme, claro.
Bueno, queridos lectores, ahí queda esto. Por lo menos he actualizado.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Parece que estamos en otoño

El verano pasado fue uno de los más felices de los últimos años. Viajó, conoció gente, descansó, disfrutó de cosas que no había probado nunca, probó cosas de las que ya había disfrutado… Si se para a recordar, le vienen a la memoria aromas, sensaciones, emociones, muchas pequeñas cosas contribuyeron a que este último verano fuera un verano divertido, muy agradable, que parecía muy corto y que dejaba con ganas de más.
Sin embargo, el verano acabó, con él el calor, los granizados, las pipas, el sol cegando de frente, la ilusión, las risas… El viento fresco del otoño se lo llevó todo junto a las hojitas que los árboles dejaban caer tristemente. El otoño llegó e hizo desaparecer las sonrisas, el sol, los planes de última hora, la esperanza en las cosas buenas que da la vida… y muchas otras cosas que aún no se hacen tan presentes.
El otoño está aquí, es un hecho más que consumado. Hoy es 17 de noviembre y la estación ha plantado sus raíces y se ha quedado con nosotros. La nostalgia que siempre embarga los otoños es peor este año, no se trata solo de la nostalgia común que aparece todos los septiembres y nos acompaña en este cambio de estaciones; es una nostalgia más triste, más poderosa, casi, casi podríamos llamarla tristeza.
Si el otoño dura mucho más, quizá el invierno acabe por sepultar todos aquellos bonitos pensamientos que en verano rondaban por nuestras cabecitas.
Tampoco pasa nada grave, al fin y al cabo solo se trata de un cambio de estación… ¿o no?

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Un paseo por Madrid

Uno de los rasgos de mi carácter que a veces llega a enfadarme es mi obsesión por la puntualidad; casi se convierte en algo enfermizo. No solo cuando he quedado con alguien llego diez minutos antes, también cuando tengo cita en el médico o en cualquier otro lugar… Me enfada porque siempre tengo que esperar y no solo los diez minutos que llego antes, también los que se retrasan los demás. No me gusta llegar tan pronto, a veces me siento un poco estúpida, ahí esperando… Sin embargo, he de decir que sé entretenerme bastante bien y que soy capaz de estar sentada más de media hora en un banco sin hacer nada, simplemente observando a la gente. Y es que otra de mis peculiaridades es que soy muy, muy curiosa; me encanta mirar a las personas, imaginarme dónde van, quiénes son, qué tienen que hacer, si están contentos…
Esta pequeña introducción venía a que quería comentar mi paseo de ayer y para ello consideraba necesarias ciertas explicaciones.
Ayer tenía cosas que hacer en Madrid (capital) y me desplacé allí utilizando el transporte público. Como siempre, llegaba con más de media hora de antelación. Por eso estuve paseando tranquilamente, observando a la gente, mirando escaparates, pensando, dejando volar mi imaginación… Paseé por calles por las que nunca había estado, intentando guardar en mi memoria todos mis detalles. Vi a muchas personas que, por una cosa o por otra, lograron captar momentáneamente mi atención: abuelos paseando a sus nietos, madres que recogían a sus hijos del colegio, amas de casa con bolsas de la compra, vendedores callejeros, ejecutivos uniformados con su maletín a cuestas, parejitas de ancianos que paseaban apaciblemente, mujeres muy arregladas, maquilladas y peinadas como si fueran a una boda; vi discutir a una pareja joven, él le reprochaba a ella su falta de confianza y ella lo negaba; vi a una madre jugando con su hija a no pisar las rayas del suelo; vi a una adolescente hiperactiva chillar a su madre sin contemplaciones…

lunes, 3 de noviembre de 2008

Un dolor tan profundo

Se mordía los labios nerviosamente. Su mirada se perdía observando sin ver lo que la rodeaba. Las lágrimas no descendían por sus mejillas. Suavemente reprimidas, se quedaban en su interior. ¿Por qué llorar? ¿Para qué llorar? ¿Cambiaría algo las cosas? Su cabeza bulle, las ideas van y vienen, no la dejan sola. Se siente sola. Está SOLA.
Lo único que conseguía calmar su malestar era el dolor, dolor físico, exterior; este la distraía de la negrura de su mundo interior. Pasar hambre, miedo, frío, cualquier cosa con tal de no sentir esa profunda desazón, esa soledad... No es fácil soportar ese sentimiento minuto tras minuto, hora tras hora, día tras día... Es sencillo dejarse llevar por la desesperación y dejar que todo siga su curso pero es una idea cobarde, por eso lo mejor es sufrir un dolor más real; eso la despierta y hace que se dé cuenta de que, desgraciadamente, sigue viva.